16 junio 2017
El 16 de junio de 1955, el jefe del ataque aéreo reunió a sus 48 pilotos navales para dar los últimos detalles del bombardeo. Se dispuso un ataque en línea, un avión tras otro, una escuadrilla tras otra, reabastecimiento en los aeropuertos de Ezeiza y Aeroparque, y nuevo ataque. La primera bomba cayó exactamente a las 12:40 horas sobre un trolebus cargado de trabajadores y las otras mataron a más de 300 personas inocentes.
Las fuerzas de ataque fueron aproximadamente 40 aviones con 9 toneladas de explosivos, un batallón de infantería con el más moderno armamento liviano que poseían las Fuerzas Armadas, y un grupo de 150 civiles complotados con armas cortas.
Ese jueves era un día normal en la ciudad de Buenos Aires, lo cual hacía suponer que durante la mañana el centro iba estar inundado de trabajadores, canillitas y turistas; colmado de citas y encuentros. A ese día y a ese lugar, sólo lo iba a alterar una lluvia persistente.
El bombardeo duró aproximadamente 5 horas, la segunda oleada sobre la ciudad fue feroz y sangrienta. Aviones navales ingresaron paralelos al río y aviones de la Fuerza Aérea, que se habían sumado al intento de golpe de Estado, atacaron a 90 grados. Los golpistas tenían todo el poder aéreo de su lado.
La Ciudad de Buenos Aires se convirtió en una zona de guerra. Escapes de gas, derrumbes, escombros, cañerías rotas, instalaciones eléctricas como trampas mortales, autos quemados y una bomba sobre la estación de YPF contigua a la Casa Rosada. Los Gloster Meteor entraban por Avenida de Mayo, descargando sus cañones de 20 milímetros sobre la población. Las fachadas del ministerio de hacienda, el Hotel Mayo, el departamento central de policía, y muchas más paredes conservan hasta hoy la siniestra escultura realizada por los Gloster que viraban sobre el Río de la Plata para continuar su faena.
La segunda oleada descargó bombas y proyectiles sobre la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, el ministerio de hacienda, el edificio Libertador (sede del Ejército), la CGT de la calle Azopardo, el Correo Central, el Departamento Central de la Policía Federal, la Plaza Colón, Plaza Lorea, Plaza Miserere, la residencia presidencial en Barrio Norte, Avenida Alem, Avenida Madero y la estación Catedral del subterráneo. También se atacó el regimiento 3 de Infantería en Villa Martelli y las inmediaciones de la Fábrica de jabón Federal, en General Paz y Crovara, donde había una concentración de obreros.
La destrucción que vino desde el aire fue para todos. Algunas víctimas pudieron identificarse, otras murieron dos veces al sepultarlos el olvido. El trolebús número 305 es destruido con trabajadores y un micro escolar con niños salteños se convierte en una trampa mortal. Otra bomba cae sobre la Avenida Pueyrredón frente al número 2267, provocando la muerte de tres personas y destruyendo la carnicería “La negra”. En Pueyrredón 2235 muere Francisco Bonomini, inmigrante italiano y, muy cerca de él, un pibe de 15 años no identificado. La muchacha que trabajaba de personal doméstico en Guido 2635, luego de largas horas de agonía, fallece en el policlínico Fernández. Algunos granaderos del orgulloso regimiento que no registraba bajas desde la guerra de la independencia, fueron abatidos por el fuego de la infantería de marina y los comandos civiles.
El segundo ataque sólo les sirvió para aumentar el número de los asesinatos y finalizó cuando los aviones quedaron sin combustible ni municiones. Los combates en tierra ya estaban definidos, el Ministerio de Marina, sede golpista, estaba rodeado por numerosas tropas del Ejército y el regimiento 3, en las cercanías del aeropuerto de Ezeiza, anunciaban la derrota del intento de golpe de Estado. Sólo quedaba la rendición y la huida. El final de la sublevación se logró con la rendición de los rebeldes que se encontraban en el Ministerio de Marina y la huida de los pilotos navales y de la Fuerza Aérea hacia Uruguay.
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En este tipo de acontecimientos, de desproporcionada magnitud de fuerzas entre las víctimas y los victimarios, donde los muertos son indefensos civiles, en que el único objetivo es el terror, la pregunta por el número de muertos es casi vana; no así la pregunta por los muertos. El lugar desde donde pensar el hecho es la desproporción, la impunidad de las fuerzas que descargan su poder militar sabiendo que la resistencia es casi nula y que no hay ejército allá abajo, hay civiles. Que ni siquiera serán tomados presos porque tienen el cielo para escapar.
Sin embargo, el número se discute, como todavía hoy se discute el número de muertos en los diferentes genocidios ocurridos en la historia de la humanidad, lo que demuestra que también es ineludible enfrentarse a "esto" y dar el número. Me voy a permitir hacer dos comparaciones más para cifrar los muertos y la desproporción.
La primera, por su similitud y por el impacto mediático, es necesariamente Guernica. Los muertos de Guernica, según testimonios del arquitecto municipal en aquellos años, Castor Uriarte, quien estaba a cargo del servicio contra incendio de la villa, no llegaron a sumar 250. Asimismo, solo 76 víctimas se encuentran identificadas nominalmente, otras 12 identificadas solo en sexo y edad, 9 solo en sexo y 29 sin identificar, total que nos da una suma de 126 víctimas. Por otra parte, el reconocido historiador Inglés Antony Beevor en su libro La guerra civil española, cita una cantidad menor a 300 muertos. En todos los casos las víctimas de Guernica, no alcanzan al número de 308 muertos del 16 de junio de 1955.
Mi segunda comparación la voy a realizar utilizando la guerra de Malvinas, ocurrida en el año 1982, cuando las Fuerzas Armadas Argentinas se enfrentaron a las del Reino Unido. En esta guerra, que se inició el 2 de abril y finalizó con la rendición argentina el día 14 de junio del mismo año, todo el poder de fuego argentino de las tres Fuerzas Armadas, durante 72 días de combate, provocaron 264 bajas inglesas. En cambio, el 16 de junio de 1955, en tan solo 4 horas, fueron 308 muertos. Ambas comparaciones permiten demostrar el poder de fuego desatado sobre la población indefensa.
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“Matar a Perón” se lee en la mayoría de los libros y declaraciones hechas por los responsables del bombardeo. El objetivo era bombardear la Casa de Gobierno con el fin de matar al Presidente. Ante la historia, el medio empleado para matar a Perón nos hace dudar del real objetivo. El presidente era una persona pública y continuamente se mostraba, hubiera sido más fácil un francotirador o una bomba.
Si luego de la primera oleada de bombas sobre la casa de gobierno ya se sabía que Perón no se encontraba allí, entonces, ¿cuál fue el objetivo de la segunda y tercera oleada de bombas? En la segunda oleada comenzaron los ametrallamientos aéreos, y se supone que es imposible, con fuego de cañones o metralla, traspasar la Casa de Gobierno y acertarle a un presidente. ¿A dónde iban dirigidos esos proyectiles?
El objetivo fue el terror y el escarmiento. El sueño de solucionar todos los problemas del país a través de un escarmiento ejemplar y la destrucción masiva desde el aire. Volver a hacer invisible una clase social, un sujeto nuevo llamado “trabajador”.
Ese día jueves la República Argentina no estaba en guerra con ningún otro país, no había huelgas, barricadas, ni manifestaciones opositoras u oficiales, era un día normal y una ciudad abierta. Sin embargo, cayeron toneladas de bombas, miles de proyectiles de ametralladoras y cañones. Fue el escarmiento a una clase social por meter “las patas en la fuente”.
El 16 de junio de 1955, es un atentado terrorista y no terrorismo de Estado, ya que fue un grupo de militares y civiles que tomaron las armas y el Estado Constitucional, con sus instituciones armadas y la ley, se defendió del atentado. El mayor atentado terrorista de nuestra historia no fue la AMIA, ni la embajada de Israel, el mayor atentado terrorista de la historia argentina fue el bombardeo a la Plaza de Mayo. Un hecho único en la historia de la humanidad.
Mataron también la memoria. La disolución que hizo la sociedad y la política del bombardeo a la Plaza de Mayo impidió todo recuerdo. reemplazándolo por una realidad sin historia que nos siguió enfrentando una y otra vez. Fue la política argentina la que "orientó a la población exclusivamente hacia el futuro y la obligó a callar sobre lo que había sucedido" dijo Sebald. Callar imposibilitó la memoria.
La memoria del 16 de junio, se enfrentó a tres enemigos: el olvido; la deshumanización de las víctimas, cuando dejaron de tener voz con la muerte; y por último la negación.
Fragmentos del libro (en edición): Crónica de la destrucción. Aviación argentina, política y violencia.